Archive for julio 2011
¿Pueden los blogs irse de vacaciones?
No se si es una alergia personal o mis interpretacions de las instrucciones de varios «libros de estilo» o, quizá, algún editor insistente que me lleva a evitar los signos de interrogación en los titulares. Parece como pretencioso planter una pregunta y ofrecer a continuación la respuesta en media docena de párrafos, lejos de la simpleza catequística del padre Ripalda SJ o, también, el del padre Astete obligado a memorizar a los 13 años cuando ya mis creencias se iban aligerando al mismo tiempo que crecian las tetas de mis compañeras de clase, y mi atención sobre ellas.
Algunas de las secuencias eran perversas por su inconsistencia:
–Pedrito: ¿Quien dijo el Credo?
Y Pedrito, pensando en esas proverbiales musarañas que nunca nadie ha visto, contesta un lacónico «No se»
Capón.
–Pedrito!–insiste–¿Quien dijo el Credo?
–El Papa, ¿no?
Capón.
–Pedritoooo, ¿quien dijo el Credo?
–Usted, Don Albino
Nuevo capón.
–¿Quien dijo el Credo?
Buscar la solución en lo mas alto, aunque sin convicción:
–Dios (?)
Esta vez fue una salva de capones, por usar el nombre de Dios absolutamente en vano.
La respuesta correcta era: «Los apóstoles»
Hay que joderse. ¿Cómo que quien dijo nada? Sería «quienes», ¿no? ¿Cómo que «dijo»? Si acaso escribieron, redactaron, promulgaron… Además para entonces ya deberían estar todos los apóstoles muertos y enterrados, según supe cuando estudié los Concilios (¿Te acuerdas de la nemotecnia: NICOE CACOCO…) y que fue en Nicea donde lo pastaron casi todo.
Me reivindica Philip K Dick Do Androids Dream of Electric Sheep?, porque dio lugar al Blade Runner . Que uno ya ha desplazado sus cultos de templos a pantallas de cinema.
O sea que si, que me voy de vacaciones del blog, dejando ahí un recuerdo de infancia para sugerir a los pediatras sociales que ayuden a los niños a huir de las convicciones dogmáticas tanto como de los deberes de verano. (Los jodidos nietos acabaron los cuadernos en los primeros tres días y, encima, bien hechos, para poder hacer luego lo que les vieniese en gana, ya fuera playa, excursiones al bosque frondoso, persecuciones de gatos callejeros o entierros ceremoniales de pajarillos asfixiados por «la caló»…)
X. Allué (Editor)
Uso racional de los medicamentos
El uso racional de los medicamentos debería querer decir que su uso debe estar limitado a su empleo farmacológico. Lamentable y habitualmente muchas prescripciones tiene un uso, digamos, «social«.
La indicación, prescripción, dispensación y, eventualmente, el uso de los medicamentos, actualmente subvencionados por el estado en nuestro país se ven envueltas en condicionantes sociales ligados precisamente al hecho de la subvención.
Está claro que en la adquisición de medicamentos subvencionados hay un componente del denostado «copago». El estado, a través de la Seguridad Social, paga una parte de los medicamentos y los ciudadanos la otra, a menos que sean pensionistas o alguna otra situación que prevenga la gratuidad de los medicamentos (crónicos, dispensación hospitalaria, etc.)
Pero en muchas circunstancias y de forma exagerada en el pasado, la prescripción de fármacos ha formado parte del salario social hasta la exageración. Por ejemplo, que algunas industrias fabricantes de leche para bebés vendiesen más leche sin lactosa que de la normal ha estado ligado a una prescripción generosa–por no decir fraudulenta–de una preparación láctea que tiene unas indicaciones precisas.
En muchos ámbitos los pacientes esperan salir de la consulta con una receta. Si no la reciben, se quedan con la sensación de que no les han atendido o incluso manifiestan un: «… pues pa eso, si lo se no vengo…»
Probablemente levantaré protestas si, a continuación, afirmo que los causantes originales del desorden en el uso de medicamentos en este país han sido los médicos. Pero sólo llevo 50 años en este oficio y a lo mejor no entiendo que en los años 50 del siglo pasado, en medio de las penurias de la autarquía, con facultativos que apenas habían conocido que, por fin, existían fármacos eficaces como la penicilina, se tirase de talonario a falta de otra cosa. Y quizá tampoco entienda que a 50 pacientes en una mañana, no se podía hilar más fino…Ni la «presión» que ejercían los pacientes y las amenazas de denunciar al médico al todopoderoso «inspector» del Seguro.
Pues vale, le echamos la culpa a Franco y la dictadura. Pero ya hace años que la sanidad está transferida a administraciones más próximas, democráticas y, supuestamente, más eficaces. En Cataluña ya hace 30 años! Y ¿vamos a seguir igual?
Está claro que la cosa puede ir por barrios y que podemos admitir toda clase de motivos, justificaciones y circunstancias. Y que los discursos varían desde los diferentes puntos de vista y puntos de asistencia: urgencias, hospitales, centros de Atención primaria, consultorios rurales, etc. Y que no es lo mismo una consulta de Geriatría que una de Atención a la Mujer, por citar un ejemplo.
Pero la patología pediátrica suele ser bastante homogénea en todas partes. Y los pacientes ( mejor dicho, sus madres) son gente joven, «nueva» en el uso de la asistencia sanitaria y potencialmente educable.
En las últimas semanas he concluido mi consulta de Pediatria de Atención Primaria, en un barrio modesto de una ciudad industrial, tres días sin hacer ni una sola receta, con 15-20 niños cada día. Que sí, que es verano, que a lo mejor la mitad no hacía falta que viniesen a la consulta, que es posible que yo sea muy restrictivo, que las madres me tienen miedo de pedir cosas porque tengo cara de mal genio, que si la crisis y los recortes en sanidad…
A ver: si no he recetado nada es porque no ha hecho (puñetera) falta. El uso racional de los medicamentos incluye tener muy presente su uso social, con todos sus componentes. Pero éste último no presupone un uso dadivoso, biológicamente inútil y, al menos en el caso de los niños, potencialmente perjudicial
Una referencia, de hace unos añitos pero perfectamente válida: de la Fundación Grifols (http://www.fundaciogrifols.org/portal/es/2)
Uso racional de los medicamentos. Aspectos éticos
X. Allué (Editor)
Ahogamientos, accidentes sociales
Todos los accidentes tienen algún componente y casi siempre consecuencias sociales. El ahogamiento, o su forma más común, el casi ahogamiento, por traducir del inglés «near-drowning» que presupone que la víctima de una inmersión prolongada llega con vida a la asistencia médica, es un acotencimiento que las primeras semanas del verano hacen cotidiano.
Ayer falleció un niño que estaba de colonias en Barcelona y en nuestro servicio de Urgencias ingresó otro en grave estado, ahora en una UCI en muerte cerebral.
En las revisiones de ahogamientos que hemos hecho ( 68 casos, SEUP, 2007 )coincide la edad, entre el año y los cinco, la hora del día, generalmente la tarde, un sábado, el agua dulce, o sea, piscinas, el primer día de las vacaciones y, en nuestro entorno, los niños de veraneantes europeos, sensiblemente de la Europa del Este.
Comparativamente el mar se cobra menos víctimas, más a menudo adolescentes y coincidiendo con condiciones peligrosas del mar por temporales o conductas de riesgo en zonas de acantilados con corrientes y olas.
La única actitud es la preventiva. La estrategia para prevenir los accidentes por inmersión en la infancia debe basarse en: proteger piscinas,
usar sistemas de flotación, enseñar a nadar a los niños, y procurar siempre su supervisión por un adulto cuando estén cerca del agua. Lamentablemente simple.
X. Allue (editor)
El peso social de la pérdida de conciencia
La pérdida súbita de conciencia, acompañada habitualmente con la pérdida del tono muscular y la caída al suelo reviste un considerable dramatismo dondequiera que se produzca. El síncope, así descrito, en la infancia es una acontecimiento clínico que sucede generalmente después de los 4-5 años. En edades inferiores es difícil apreciar la ocurrencia y los relatos siempre incluyen dificultades de valoración.
Los factores desencadenantes son diversos, pero desde aquí nos atrevemos a afirmar que el más común es la bipedestación estática prolongada impuesta. Estar de pie mucho rato, sin moverse por exigencias del entorno, disciplina u otra obligación favorece los desmayos.
En nuestro medio han cambiado notablemente situaciones sociales que favorecían los síncopes. Ya apenas hay paradas o desfiles militares o paramilitares y también han perdido presencia las celebraciones litúrgicas prolongadas en las que se veía a soldados o jovencitas caer de las filas. El ayuno matutino, el calor y el estrés de las ceremonias contribuyen a la incidencia.
Más fácil es que estos episodios tengan lugar en aglomeraciones festivas, espectáculos como conciertos de rock, verbenas, “raves” y demás, donde la posibilidad del uso de tóxicos, alcohol y otros, complique la situación
El incremento de las actividades deportivas y el ejercicio más o menos extenuante, han dado presencia a síndromes sincopales, la mayor parte de las veces simples lipotimias, pero en las que hay que descartar algunos trastornos como el síndrome de QT prolongado o el síndrome de Brugada.
Sucede que hoy día es fácil que cuando suceda cualquier cosa haya alguien filmándolo y que eso puede contribuir a precisar las circunstancias.
El pediatra o médico de Atención Primaria pueden responder a la mayor parte de las preguntas y establecer el diagnóstico. Sin embargo la presión social suele promover consultas a especialistas: neurólogos, cardiólogos o psiquiatras, a menudo fomentada por esos mismo especialistas.
A pesar de su habitual buen pronóstico, las pérdidas súbitas de conciencia tienen un notable peso social.
X. Allué (Editor)
Mutilaciones genitales… y otras
Esta semana ha ingresado otro niño en nuestro hospital con las consecuencias de una circuncisión practicada por motivos ritualísticos y por alguien óbviamente inexperto. El otro hermano tuva más suerte y las lesiones prepuciales no eran tan extensas, pero también requirió asistencia. Esta es la historia triste de dos hermanitos de religión musulmana que se desplazaron 600 km para que un pariente les practicase una circuncisión que no habían podido realizar en este entorno más próximo donde viven. Las consecuencias anatómicas requerirán una plastia en el futuro.
La circuncisión, una tradición milenaria de origen africano, además de levarse por delante millones de prepucios, ha costado también miles de vidas de niños a lo largo de esos milenios. Recientemente otro lactante falleció desangrado en su pañal cuando los padres no advirtieron que la hemostasia no había sido eficaz. Un par de horas de hemorragia fueron suficientes para provocarle la muerte.
La mutilación genital femenina ha despertado en los últimos tiempos considerable atención en nuestro país. Los organismos e instituciones defensoras de los derechos de la mujer y la legislación actual española condenan esas prácticas. Un prestigioso instituto ginecológico privado promueve acciones para la reparación de las consecuencias de la mutilación genital femenina.
No existe sin embargo, la misma preocupación por la circuncisión de los niños. La misma Organización Mundial de la Salud contempla la circuncisión como un recurso de aplicación médica y no la condena.
No va a ser desde aquí que vayamos a aportar toda la argumentación sobre la circuncisión ni enfrentar colectivos con creencias hondamente arraigadas. Pero sí expresar nuestra opinión razonada: a todos los efectos TODAS las mutilaciones carecen de justificación. Nos negamos a establecer diferencias entre procedimientos que pretenden dar una solución quirúrgica a lo que puedan ser cuestiones funcionales, ya sea la preservación de la virginidad, la presunta profilaxis de las infecciones por VIH, la sección del frenillo lingual para evitar la tartamudez o mejorar la succión, o la distinción entre niños y niñas. Esos son los argumentos que escuchamos alrededor de la clitoridectomia, la circuncisión, el frenillo lingual o la perforación de los lóbulos de las orejas a las niñas recién nacidas.
Todos los niños tiene derecho a la integridad de su anatomía. Cualquier violación de ese derecho merece nuestra condena. Cualquier diferencia establecida entre unos y otros procedimientos o de los sexos a quienes se les practica sólo merece nuestro desprecio.
Las autoridades responsables de la protección de los menores y los profesionales dedicados a la atención a los niños deben hacer que ese derecho de los niños se respete.
X. Allué (Editor)