La visión social de los comportamientos de los clérigos
Que las prácticas religiosas son un determinante social está fuera de toda duda. También es cierto que la prácticas religiosas están originadas en conceptualizaciones sociales, culturales. Que los comportamientos de los clérigos tengan repercusión social sólo es aceptable cuando en su origen y en su consecuencia son benéficos.
Recuerdo cierto adagio que viene a decir:
De los médicos haz caso de lo que hacen, no de lo que dicen. De los curas haz caso de lo que dicen, no de lo que hacen. De los políticos no hagas caso ni de lo que dicen ni de lo que hacen.
De los médicos no voy a defender nada por mi implicación directa y porque vengo a reconocer que sus comportamientos se han ido haciendo, en los últimos años, algo más respetables: ahora no fuman en la consulta, procuran hacer ejercicio y en general adoptan medidas higénicas en su vida diaria.
En cambio no puedo dejar de señalar que los clérigos que predican bondades, no lo hacen regularmente con el ejemplo. Sí, ya sé, que no todos y que a veces se exagera. Pero, además de ciertos comportamientos, también hay ciertos proposiciones y prescripciones litúrgicas que han ido acumulando por tradiciones que no aparecen contenidas en sus textos fundacionales.(https://pedsocial.wordpress.com/2016/02/15/que-pueden-hacer-los-profesionales-dedicados-a-los-ninos-frente-a-la-pederastia/)
Pero lo que más me llama la atención es la especial ocupación y atención a las materias sexuales. Es curioso, cuando muchas denominaciones religiosas incluyen en sus prescripciones el celibato, y no quisiera especular sobre esta situación. Algunas, diria que, obsesiones, giran alrededor de la abstinencia sexual. Desde tiempos muy antiguos se ha introducido en las culturas la sacralización de la virginidad de las mujeres. Por más vueltas que se le dé, es obvio que se trata de una imposición machista a la que me cuesta encontrarle justificación. No va a ser aquí donde debatamos el origen y evolución transcultural de la prescripción de la virginidad. Lo cedemos para una ámbito más antropológico, pero dejamos dicho que los clérigos son los principales, sinó los únicos, promotores de la importancia de la virginidad.
La otra curiosa obsesión es con la anatomía genital, especialmente durante la infancia: la circuncisión o la clitoridectomía, justificadas en obscuras razones higiénicas en culturas y épocas no precisamente muy limpias, ocupan un lugar prominente en las liturgias iniciáticas y los ritos de paso (https://pedsocial.wordpress.com/2011/07/05/mutilaciones-genitales-y-otras/). Son prácticas sanguinolentas irreversibles, que representan riesgos conocidos para la salud y la vida de quienes las sufren y que unicamente reconocen una justificación ritualística más o menos religiosa.
A ello se suma el interés en aspectos de la vida reproductiva, precisamente entre quienes han renunciado a participar personalmente en la reproducción y, con ello, a la adquisición de experiencias de primera mano de unas materias sobre las que no dudan en, literalmente, pontificar. El control de la natalidad, la progresión o la interrupción del embarazo, la composición, formación y disolución de los modelos familiares, centran las proposiciones morales por parte de quienes ni se quedan preñados, no tienen que parir, no crian hijos, ni se casan ni se divorcian. Todo ello se compagina mal con notables progresos de las biociencias que ahora permiten con facilidad encontrar remedios y soluciones eficaces a la selección del número de embrazos de las mujeres, la realización de partos sin dolor ni riesgos, las ayudas a la cría y educación de hijos o las modificaciones genéticas en evitación de lacras o defectos prevenibles.
El otro ámbito que presenta discrepancias con la realidad es la influencia de las prescripciones morales religiosas sobre las conductas y, con ello, sobre la salud mental de los creyentes. Y, otra vez, especialmente sobre la conducta sexual. No vamos a defender ni condenar la promiscuidad ni el adulterio porque no es nuestra función, más allá de prevenir sobre los posibles efectos de la infidelidad sobre la confianza en las relaciones. Pero contemplamos con espanto que algunas prácticas religiosas promuevan la lapidación o la pena de muerte en esas situaciones. O la condena aterrorizadora a los fuegos del infierno aunque eso sólo figure en la imaginación de las gentes. El miedo no es un buen agente preventivo y es un síntoma psiquiátrico, componente de neurosis, paranoias y otros síndromes de las enfermedades mentales.
La salud social de los niños y de sus familias merecerían mejor trato.
X. Allué (Editor)
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