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«Pipí caballito»

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Mi amiga y excelente pediatra Maite de Aranzabal nos trae en el número de septiembre de FAMIPED, la publicación de familias y salud de la AEped unas consideraciones sobre el aburrimiento de los niños (¡¡¡Papá, me aburro!!!), de muy recomendable lectura.

Que los niños se quejen de aburrimiento debe ser una pequeña lacra de clases sociales favorecidas y no es precisamente algo nuevo. De mi infancia extraigo la aportación de respuesta a la queja con referencia al espectáculo, en aquel entonces común, que era ver orinar a un asno, transformado en una cursi reconstrucción.

Como hace el hermano de Maite (por cierto, ¡Qué suerte tener aún sobrinos tan jóvenes!. Los míos peinan canas) devolver el problema de la queja al sujeto era lo correcto entonces y lo es ahora. Ahora más, cuando los recursos de entretenimiento son tan abundantes y los estímulos a la imaginación de los niños hasta oprobiosos. Y más en el verano vacacional. Desde el cubo de Rubik a las carreras de escarabajos, ejemplos urbano y rural de actividades, cabe de todo.

Me da que algo tiene que ver con el aburrimiento el exceso de estímulos y la insaciable demanda por más. Aquí ya lo hemos tratado («Pobre niño rico«). En el otro extremo están los que no tienen tiempo de aburrirse porque lo tienen que dedicar a buscarse comida.

La complejidad de la educación infantil se suaviza cuando se encuentran respuestas simples.

X. Allué (Editor)

 

 

Written by pedsocial

2 septiembre 2019 at 8:06

Emociones negativas y estrés

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Hace un cerro de años escribí un articulillo sobre el estrés infantil para la revista En Familia, de la AEP, que ahora me recuerdan y me piden si lo quiero reeditar.

Ya sabéis que lo mío es re-publicar, que uno no es republicano en vano. Me da que ese republicanismo y editado desde Catalunya fue lo que llevó al desencuentro con la Sociedad Española de Pediatría Social. Ellos se lo pierden, que yo ya estoy de vuelta de todo. Faltaría más.

 

El texto dice así:
Las emociones negativas, las frustraciones y las contrariedades forman parte de la vida y son un elemento fundamental del proceso educativo.

El estrés es una convención que engloba una amplia variedad de síntomas, signos y emociones que ejercen tensión sobre las estructuras mentales y biofísicas de las personas.

La percepción de emociones negativas, indeseadas o realmente agresivas, naturalmente causa tensiones que van a manifestarse en la vida de relación y también en la función básica del organismo.

¿Es normal el estrés en los niños?

Cuando se observa a los niños, desde el momento de nacimiento se pueden apreciar respuestas al estrés. El primer llanto, cuya función principal es abrir los pulmones para iniciar la respiración, se registra como una respuesta al estrés, al propio estrés de llegar a la vida. Durante las primeras etapas de la vida, el llanto es la expresión emocional más común de la respuesta a factores estresantes indeseados.

Abrazar y acunar al niño, darle un chupete, ponerle al pecho o cantarle una nana, es la respuesta aliviadora común cuando un niño llora. Se trata de paliar el estrés cualquiera que haya sido la contrariedad que lo haya motivado. El estrés es percibido como sufrimiento y debe mitigarse.

Sin embargo, de esa respuesta natural, en nuestra sociedad se ha progresado hacia la creación alrededor del niño de un universo absolutamente protegido y protector que le evite el más mínimo sufrimiento, real o percibido. Y al mismo tiempo, los adultos, las madres y los padres, se estresan terriblemente si les parece que su hijo está padeciendo algo que le obligue a llorar.

Nos estamos refiriendo a situaciones que puedan generar estrés de forma aguda, momentánea. Otra consideración merecería el padecimiento durante largo tiempo de contrariedades o agresiones. Y, además, sólo nos referimos al estrés que genera la vida normal, dejando para otra ocasión situaciones como el síndrome de estrés postraumático de los accidentes, agresiones o catástrofes.

Padres y pediatras deben entender que las emociones de carácter negativo, las frustraciones y las contrariedades son parte natural de la vida. Toda ella está llena de circunstancias y situaciones que uno quisiera evitar pero que naturalmente suceden y a menudo son inevitables.

Tanto más aún cuando a veces es necesario provocar esas emociones negativas en el proceso natural de la educación, como sucede cuando marcamos límites a la actividad o los deseos del niño. En la educación, que es un sistema de modificación de la conducta, más veces que al contrario, hay que decir que no. Que no a la actividad espontánea, que no a las peticiones, a los intereses momentáneos o los deseos inmoderados. “Niño: eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca…” dice Serrat en una de sus canciones.

Obviamente esas limitaciones pueden provocar frustración y, con ello, estrés.

Bienvenido sea, pues. Porque generar una cierta tensión concede valor a la propuesta, provoca una respuesta que puede reconducirse y, en cualquier caso, contribuye a la experiencia, elemento fundamental de la educación.

Podemos relajarnos y entender que las frustraciones habituales de la vida, aunque generen estrés, no van a acompañarse de “traumas” que alteren la personalidad del niño en el futuro. La ausencia de límites, la gratificación acolchada continua, puede ser peor cuando diluye el desarrollo de la personalidad en un mundo amplio y vacío.

Nota: Durante un tiempo he dado en creer que la constante referencia a los “traumas” infantiles arranca de una mala traducción del título del clásico libro de Sigmund Freud “Los sueños”, Der Traum, en alemán, por quienes no pasaron de la primera página. Lost in translation.

 

Pues eso.

X. Allué (Editor)

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30 abril 2019 at 19:25

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La conciencia de la pérdida

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imgresHace tres años (En https://pedsocial.wordpress.com/2011/07/10/el-peso-social-de-la-perdida-de-conciencia/ ) al hablar del peso social de la pérdida de conciencia prometíamos ocuparnos de «la conciencia de la pérdida»…Ya va siendo hora de hacerlo.

No somos lo que tenemos, sea eso bienes materiales, relaciones sociales, poder o querer. Somos otra cosa. Pero los niños, en su natural simpleza de ordenamiento mental, pueden muy bien entender que ellos son lo que son por lo que tienen. Es luego la madurez que lleva a la conciencia del yo la unicidad desnuda, la identidad personal, y la integridad de ese yo.

A menudo uno tiene conciencia de los que tiene sólo cuando lo pierde. Y en el egoísta mundo del niño pequeño las pérdidas no son bien recibidas. Eso es válido tanto para las grandes pérdidas como las más pequeñas o insignificantes. Enseñar a los niños la fugacidad de las cosas materiales puede ayudar a la maduración.

Vivimos en una sociedad extremadamente complaciente y consumista que ofrece a los niños toda clase de ofertas y materiales lo más común fruto de un consumismo desaforado. Mientras que una porción de la población infantil vive por debajo del considerado índice de pobreza, el resto se regala con bienes y servicios no siempre necesarios.

Hay que enseñar (y aprender) que nada es para siempre y que todo lo que tenemos lo podemos perder y, eso sí, para siempre. De los objetos infantiles que muchísimos niños pequeños consideran de su absoluta y completa propiedad es, por ejemplo, el chupete. Donde yo vivo, para ayudar a los niños a desprenderse del adminiculo a partir de cierta ( y aún corta) edad, han ideado un ritual consistente en ofrecerle el chupete a una de las figuras totémicas que sacan en un cortejo o  procesión en la fiesta mayor, un dragón de cartón piedra. El dragón lo engulle y lo hace desaparecer para siempre. Esto es una simpleza, evidentemente. Pero aún así, algo parecido puede acontecer alrededor de una pérdida de las consideradas «irreparables», como pueda ser la pérdida de un progenitor o, más concretamente de la madre. El tremendo impacto de la pérdida de la madre puede tener efectos devastadores en la conciencia de un niño pequeño. Pero ambas son, esencialmente, eso: pérdidas.
La vida es una sucesión de pérdidas: los dientes de leche, la virginidad, o la vergüenza. Y pueden ser acontecimientos vividos con una profunda sensación de que nada será ya igual nunca más.

Convertir la conciencia de la pérdida en una oportunidad de entender que son pasos en la carrera de la maduración, es una obligación de padres y educadores para la que no siempre se está preparado. Puede resultar inevitable un sentimiento de lástima, de compasión o de simpatía, pero que no debe alejarnos de la explicación racional y el apoyo moral.

Las pérdidas abundan. Sortearlas y asumirlas es necesario. La reparación de la conciencia de la pérdida merece atención, para contribuir al proceso de la maduración de los niños. Y no olvidar que una de las pérdidas más comunes, recurrente y de escaso reparo, es la pérdida de tiempo…

X. Allué (Editor)

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27 octubre 2014 at 6:51

Madres incompetentes

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imagesSeguro que las habéis visto como yo. En un paso de peatones, con un cochecito de bebé, un par de bolsos y quizá un paraguas, se queda encima del bordillo pero empuja el cochecito como para amenazar a los conductores con un infanticidio, mientras que el pobre bebé, ignorante de la utilización bastarda de su inocencia y de su vida, succiona el chupete con fruición.

O en una cola de la Caixa, igualmente con un cochecito vacío, la niña con rizos cogida de la mano, media docena de bolsos, más algún achiperre de Prenatal, sujetando un cigarrillo encendido en los labios e intentado embutir a la niña con cucharadas de un potito o un flan, mientras exhibe un redondo trasero enfundado en unos tejanos y espera que el resto de los componentes de la cola se muestren comprensivos y la dejen colarse.

O en el parque cotorreando con una amiga por el móvil mientras coquetea con un papá con turno de noche que tiene que asumir el paseo de su nene, al tiempo que sus niños se descabezan en algunos de los peligrosos componentes del mobiliario de juegos del parque.

Es evidente que estas descripciones entran dentro de lo que se suele denominar como políticamente incorrecto. Las críticas a modelos femeninos en este saludable resurgir del feminismo, rápidamente se adscribe a machismos recalcitrantes. Pero no voy a pedir perdón, a fuer de pediatra. Por profesión y por ejercicio me considero parcialmente liberado de trágalas públicos porque, en mi profesión y ejercicio soy testigo de excepción de las consecuencias de los fracasos en la crianza y desarrollo de los niños. No quisiera dedicar estos comentarios y admoniciones solamente a las madres porque padres incompetentes abundan, pero ellos merecen otra ocasión: la próxima.

Lo cierto es que, como dice la copla, madre no hay más que una por biológicas razones y por más que comparta responsabilidades con canguros, niñeras, abuelas o maridos, la cruda realidad es que a la madre le corresponde por diseño biológico la parte gorda y dura de la crianza de los niños. Y las actitudes irresponsables y las majaderías comportan la porción mayor del contingente de fracasos en los niños y adolescentes.

En la crianza de los niños no hay inocentes y las astillas son a los palos lo que los niños a sus progenitoras para lo bueno y lo malo. Así trastornos del comportamiento, vicios y malandanzas, anorexias, adiciones, fracasos escolares o matrimoniales se empiezan a construir en las tiernas infancias de los protagonistas bajo la presidencia de la madre que los parió.

La vida es dura y al final los hijos te meten en un asilo. Ablandarla con contemplaciones, mimos, chuches y zarandajas no ayuda nada. Encontrar el justo medio entre la educación oprobiosa y dictatorial y el relajo y los consentimientos es difícil, pero existe. La tarea es buscarlo cada día.

X. Allué (Editor)

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25 septiembre 2014 at 6:42

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Caca, pedo, culo, pis…

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Peluche en el waterLa escatología infantil es un fenómeno de común ocurrencia que puede provocar desde hilaridad hasta rechazo, a veces sin solución de continuidad. Depende de la ocasión, el lugar y el contexto. Pero eso, claro, a los niños les da igual.

Verbalizar deyecciones o áreas de la anatomía habitualmente ocultadas suele provocar entre los más pequeños una curiosa mezcla de vergüenza e hilaridad incontenida.

El descubrimiento de que el cuerpo produce residuos que no tienen recuperación ni utilidad acontece a partir del año de vida, generalmente por inducción de los adultos. La natural exploración que todo genera en los niños, que despierta su interés y curiosidad, es rápidamente coartada por los padres o cuidadores. Con el pis o la caca no se juega.

Sesudos psicopedagogos llevan decenios explicando con mayor o menor fortuna la original descripción de Sigmund Freud de la fase precoz del desarrollo a la que asignó el adjetivo de anal. Las fases de evolución de la libido requieren una cierta credibilidad en la teoría psicoanalítica, comenzando por la propia idea de la libido. No resulta tan fácil conjugar la teoría con la observación científica bien documentada, pero no es menos cierto que «se non è vero è ben trovato«.

Cuánto hay de espontáneo y cuánto de inducido por la educación y la urbanidad no es diferenciable en cada niño concreto pero, en general, la adquisición de hábitos higiénicos, acompañados de la percepción de que las deyecciones pertenecen al ámbito privado, sucede de forma gradual y, quisiéramos creer que, naturalmente.

Las desviaciones o los retrasos, especialmente en el control de esfínteres, promueven inquietud en los padres y deben ser motivo de atención por parte de pediatras y educadores. Pero no antes de transcurrido el tiempo de evolución de los primeros cuatro o cinco años.

El uso jocoso de referencias escatológicas sin embargo, van a seguir produciendo hilaridad y risotadas a cualquier edad de la vida. Los humanos somos así de «naturales»

X. Allué (Editor)

 

 

 

Written by pedsocial

1 septiembre 2014 at 9:05

Raíces

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La mala educaciónRevolviendo papeles emergió una copia de un artículo con el flamante título de:

Puericultura y Pediatría social. La educación del niño es también problema del médico

Comienza con una afirmación rotunda:

«Juntos, los padres y educadores, los moralistas y los médicos, tenemos la obligación de estudiar y resolver el problema educativo del niño»

El autor reclama la atención desde una experiencia de 20 años «entre críos» y se lanza a describir una serie de situaciones que representan dificultades en la educación de los niños, la carga de las actitudes de los padres, para seguir exigiendo la responsabilidad de los médicos que se cuidan de la salud de los niños de responsabilizarse también del seguimiento del progreso educativo. Denuncia los comportamientos inadecuados, los mimos y las actitudes parentales inadecuadas. Acompaña al artículo una ilustración que reproducimos aquí al lado, libre para la interpretación de la mala educación.

Todo eso resulta de lo más natural y común en el ámbito en que este blog se mueve. Lo original es, simplemente, que el artículo aparece publicado en una revista sindical de junio de 1953!!! Entre los artículos y reportajes que aparecen en la revista destaca una foto de Franco visitando la I Feria Internacional del Campo, una referencia a la IV Feria-exposición de Ganado selecto con una foto del semental vacuno premiado y la elección de la Reina de la Masía Catalana. Entiendo y desearía que esto despierte más una sonrisa condescendiente en los lectores, que no una mueca de desdén ante la cutrez del temario. Era otra época y casi diría que otro lugar.

Aquí ahora me toca explicar que el autor era mi padre, médico pediatra. Son las raíces que uno tiene.

Del artículo retengo el título: los médicos que atienden niños deben implicarse en la evaluación y el progreso de la educación de los niños como una parámetro más y fundamental de la salud de los niños. Eso es la Pediatría social.

X. Allué (Editor)

Written by pedsocial

12 febrero 2014 at 12:43

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Tecnología, aprendizaje y los niños

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techLes hemos visto pasando la mano por un televisor y sorprenderse de que la imagen no les siga. O viendo fotos en un monitor y preguntar ¿porque no hablan? porque no se mueven…Por aquí cerca tengo a una de dos años para la que la pantalla del ordenador de mesa es una tele, pero que distingue el Ipad (¿tu no tienes «ay-pat«?) del portátil de su madre que es un «compiuter» porque sus primos lo llaman así. Juegan con una pieza de construcción rectangular como si fuera un teléfono móvil, echándole imaginación infantil, pero no les interesa un móvil antiguo «porque no va«. Han derribado millones de naves espaciales en la Ninendo o se han adentrado en las mazmorras más increíbles con la X-box. Han aprendido a bailar salsa con la Wii y ven los «bollycaos» salir de una máquina si metes una moneda.

Son nativos digitales. No conocen otro mundo sin tecnología y va a ser muy difícil que atiendan a un profe tratando de ilustrar algo en una pizarra con una tiza.

Pero, ¡Alto!, ¡Un momento! ¿Quiere esto decir que las escuelas sin conexión a la Internet están condenadas a desaparecer?

Bueno, pues no. Por descontado. Pero habrá que hacer todos los esfuerzos para que los sistemas educativos estén tecnológicamente dotados de manera que se mantengan parejos con lo que sea la sociedad, de lo que pase en la calle o en las casas. Y que tales dotaciones sean uniformes en todo el sistema educativo y no limitadas a algunas escuelas de élite.

Pertenezco a una generación que por razones múltiples no sacó todo el provecho posible a los progresos tecnológicos de la época. La primera mitad del siglo XX conoció el desarrollo y expansión del automóvil, del teléfono, de la radio y del cine. La Segunda Guerra Mundial vio el desarrollo de esos inventos y su aplicación bélica. Sin embargo, en todo mi período escolar, inmediatamente después, no vimos que esas tecnologías llegasen a aplicarse ni someramente en la enseñanza. Los coches, el teléfono, la radio y el cine eras «cosas» de fuera de la escuela. Nunca nos enseñaron a conducir o a utilizar el teléfono con eficacia. La radio era para la propaganda o el fútbol y el cine un entretenimiento mayormente ocioso que te quitaba tiempo e interés para la lectura. Los enseñantes de la época ni pensaron en el valor pedagógico de tales inventos ni nos enseñaron a utilizarlos. Otra cosa hubiese sido si hubiésemos aprendido a conducir todos por igual en el cole. Seguro que ciertas disciplinas y condicionamientos hubiesen evitado miles de accidentes. Y seguro también que la producción radiofónica y cinematográfica si se hubiese enseñado en la escuela habría sido muchísimo más amplia y creativa. Los conocimientos adquiridos utilizando programas de radio o films y documentales comentados también hubiesen sido otros y mejores. Las tecnologías existían, pero no encontraron un lugar en la escuela.

En algún otro sitio decíamos que, al menos hasta hace poco,  las cinco cosas que más falta hacen para la vida moderna: informática, inglés, conducir, comer y follar, resulta que no se enseñan en la escuela formal y hay que aprenderlo por ahí. Algún remedio se le puede estar poniendo al inglés, pero lo demás sigue igual.

Entendámonos: no se trata ahora de «enchufar» a los escolares a una tele con un programa del National Geographic. Ni cambiar los libros por la Wikipedia o la gimnasia o el deporte por la Wii.

Se trata de obtener valor pedagógico de todos y cada unos de los avances tecnológicos. En el cole hay que aprender a leer y a escribir. Pero eso incluye también aprender «texting» en el móvil sin faltas de ortografía. ¿O no? Y ¿no se puede aprender a filmar un «supercorto» con el vídeo que sea algo más que la borrachera del botellón del otro viernes o las tonterías delante de la webcam en el dormitorio?

Toca a los educadores hacerse con las riendas del conocimiento. A los padres exigirlo y colaborar. Y a los demás nos toca evaluar la eficacia y los efectos en la salud y el desarrollo de los niños.

X. Allué (Editor)

Written by pedsocial

10 febrero 2014 at 6:00

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