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Medicamentos, prescripciones, dispensaciones y recetas
Desde la práctica de la Pediatria social, el uso y consumo de medicamentos está ciertamente limitado. Es una rama de la medicina que usa más de prescripciones son medicamentosas, consejos y prevenciones. Pero el uso de fármacos tiene, especialmente en España, un alto contenido social.
Que la mayor parte de los fármacos estuviesen generosamente subvencionados en el ámbito de la Seguridad «social» tiene su origen en el régimen populista de la dictadura franquista, conocida por cobrar pocos impuestos y favorecer toda clase de corruptelas. No sería ahora el momento de relatarlas, pero los últimos cincuenta años han determinado un patrón de consumo de fármacos que se asentaba en un acuerdo corrupto entre ciudadanos pacientes, médicos y farmacéuticos. Los primeros consumían medicinas más o menos útiles porque eran gratis o baratas, los médicos prescribían al amparo de laboratorios que pagaban congresos y otras prebendillas y boticarios que se forraban facturando a la tesorería de la SS.
Los ejercicios de PRESCRIPCIÓN, DISPENSACIÓN y ADMINISTRACIÓN de los agentes terapéuticos farmacológicos quedaban reducidos a una gestualidad mínima a casi siempre carente de significado formal: el médico firmaba una receta como quien firma un cheque, el farmacéutico (generalmente el mozo de farmacia)expendía el fármaco en su envase sin la más mínima interacción y los pacientes guardaban celosamente el producto en el armario del cuarto de baño en espera paciente de la fecha de caducidad. Eso si no es que mientras lo compartía con la cuñada o con el perro porque le ha salido nosequé en la piel.
Si comparamos el consumo farmacéutico y la gestión terapéutica de los españolitos con cualquier otro país del entorno, la rubefacción facial resultante debería llevarnos a otras consideraciones.
Los diferentes «Prosereme» (Programa Selectivo de Revisión Farmacoterapéutica de los Medicamentos Españoles) en sus diferentes (hasta cinco) ediciones han modificado sustancialmente la abusiva oferta de potingues. Los más recientes ejercicios supuestamente disuasorios del «copago» o «repago» también van a contribuir un poco a racionalizar el uso de fármacos.
Mientras los métodos de prescripción apenas han cambiado y los médicos hacen un poco lo que les da la gana con recetarios y recetas. Ahora parece que se van a implementar unas disposiciones de hace ya dos años del gobierno del PSOE (Real Decreto 1718/2010, de 17 de diciembre, sobre receta médica y órdenes de dispensación.) que van regular el uso de las recetas que no estén subvencionadas y va a resultar entretenido ver cómo se lo toman pacientes, galenos y boticarios.
Nuestra opinión y en el caso de los niños, lo preferible es que a los niños se les den cuantos menos potingues, mejor. Recordad que lo que no está indicado, está contraindicado. Que las dosis de los niños hay que adaptarlas a su tamaño (peso y altura) y no sólo a la edad. Y que hay que esperarse a conocer bien los efectos de un medicamento nuevo antes de usarlo en niños y abandonar inmediatamente cualquier agente terapéutico del que se cuestione su eficacia o indicación (los pediatras deben ser los últimos en usar un fármaco nuevo y los primeros en abandonar uno obsoleto. cit. Manuel Cruz, 1964)
X. Allué (Editor)
Nota: Otro día explico lo que era (o a lo peor sigue siendo) el «tarugo».
Mas de comer
La alimentación de los niños no es sólo la administración regular de productos alimenticios que contengan una proporción adecuadade los principios inmediatos. La socialización requiere que la nutrición contenga también los elementos de la alimentación y, también, de la gastronomía. O sea, que los alimentos estén buenos, ricos.
Muchos padres ( o sea, padres y madrs, mujeres y hombres con niños a su cargo) no son buenos cocineros. Naturalmente. bastantes es posible que no se hayan planteado nunca cocinar un alimento por mil razones. Incluso los hay que, simplemente, no son capaces de encontrar deleite en la comida. Por todo ello sus hijos no tienen porqué caer enfermos ni padecer desequilibrios nutricionales. Y cada uno es dueño de hacer lo que quiera en su casa.
Pero los que hace mucho tiempo que superamos el ominoso «Pienso, luego existo» en el sentido de que comiendo pienso se puede existir, pensamos que la alimentación debe ser un motivo de deleite y una notable contribución a la felicidad. Y ello forma parte también de la salud mental.
Los pediatras pueden pensar que enseñar a cocinar a las madres y los padres queda fuera de sus responsabilidades. Pero si entendemos la Pediatria social en su sentido más amplio, cualquier actividad que contrbuya a una mejor salud física, mental y social de los niños es materia de su incumbencia. Y por ello es preciso adquirir conocimientos adecuados de culinaria.
Por ejemplo empezar a entender que la elaboración de los alimentos comienza con su adquisición, con la cesta de la compra. Los alimentos del supermercado se pueden clasificar por el grado de conservación y elaboración a que han sido sometidos antes de formar parte de las estanterías. Es lo que se conoce como Gamas de alimentos, de la primera hasta la quinta o, quizá incluso una sexta, según sean alimentos frescos, conservados, condimentados o cocinados, aparte del métodos de conservación que se emplee: enlatado, congelado, al vacío, etc. No es cierto que las gamas más elevadas requieran más trabajo en la cocina. La faena de la elaboración va a depender de lo que se quiera hacer.
Indagar en la visita de los hábitos alimentarios de las familias es un requerimiento de información inexcusable.
X. Allué (Editor)
Adjunto un vídeo (en inglés) de lo estupendo que resulta hacer las cosas bien : Produccion agricola
Los inmigrantes somos todos, y consumimos por el estilo
Parece como ocioso recordar que todos somos inmigrantes. Claro que hay que volver la vista bastante atrás, pero, total hace 400.000 años aquí no había nadie. Fuimos viniendo poco a poco. Los libros de historia que estudié de pequeños hacía escasa referencia a la prehistoria. Daba por sentado que los habitantes de esta parte del mundo «ya estaban aquí» y que luego vinieron los Iberos por el sur y los Celtas por el norte. Y luego «vinieron» los fenicios, los griegos, los cartagineses, los romanos, los visigodos, los suevos, los vándalos y los alanos. Y después los árabes (y los moros, almohades, almorávides y benimerines). Y que después se les echó (?) y aquí se quedaron «los de siempre». Lo que no fue óbice para que los monarcas fueran extranjeros (Carlos I nació en Flandes y no hablaba español, Felipe V era francés, y el más reciente JuanCarlos I nació en Roma y se educó en Portugal) y sucesivas llegadas de ciudadanos nacidos en otros lugares y otras culturas: japoneses en Sevilla (siglo XVI), austriacos e italianos en Madrid, holandeses y alemanes en La Carolina o en San Carles de la Rápita. En las zonas más abiertas o próximas a las fronteras, siempre imprecisas, recogemos en los apellidos orígenes foráneos: Anglés, Francés, Alemany, Moro, Milanés, etc.
Y los nacidos aquí emigraron a millones a América (antes) y a Europa (hace 40 años) en busca de una vida mejor.
Todos somos emigrantes/inmigrantes.
Claro que la llegada de varios millones de personas procedentes de países de fuera de la Unión Europea en un período de tiempo históricamente breve, unos 10 años, ha producido crujidos en la trama social al competir con la población autóctona por puestos de trabajo y servicios.
En un ámbito donde esos crujidos se oyen es en los servicios sanitarios. Como suele ser habitual, la anécdota adquiere pronto categoria de realidad cuando se observa de cerca.
No toca aquí glosar los beneficios y/o los costes de la reciente oleada migratoria en España, por más que los analistas económicos la califican de beneficiosa en general. Pero si salir un poco al paso de la creencia de que los ciudadanos recién llegados generan problemas de salud y consumen más recursos que la población autóctona.
Simplemente, no es cierto. La patología importada se mantiene en mínimos y hay evidencia publicada de que consumen menos recetas y menos servicios. También conviene escuchar a Arcadi Oliveras y sus reflexiones y denuncias
X. Allué (Editor)
La aceptacion social de los medicamentos genéricos
Cuesta. Pero hay que racionalizar la farmacia y la terapéutica en esta parte del mundo.
Que la prescripción de fármacos se vaya a regular por ley en este país no deja de ser una rendición ante un gasto que la administración considera excesivo y una limitación a la libre prescripción: no lo hacemos los médicos, pues lo hará la administración.
Cierto es que los médicos no lo hemos hecho bien, enfangados en las corruptelas que representa la presión de la industria farmacéutica. Y que también los farmacéuticos se han beneficiado de una libertad mal aplicada. Y no digamos la industria que ha aprovechado todos los instrumentos del consumismo para favorecer sus intereses.
Pero la administración: ésta, la anterior y la anterior a la anterior; la del gobierno central y las de los reinos de taifas autonómicas, han desordenado, manipulado, procrastinado y ignorado una regulación del consumos de medicamentos en aras de un populismo mal entendido arrastrado de la época de la dictadura. Aún estamos pagando las generosidades populistas de unos gobiernos totalitarios intrínsicamente injustos. Y los usuarios en general que se han aprovechado del costo subvencionado de los fármacos para exigir recetas y acumular medicamentos sin usar en el armarito del cuarto de baño. En eso del despilfarro en el consumo farmacéutico no hay inocentes: que nadie se agache a coger la primera piedra no sea que alguno aproveche la postura para darle una patada en la boca.
Pero la prescripción de genéricos es sólo una pequeña parte de los que se necesita para reducir el gasto farmacéutico. Hace más de 20 años los sucesivos Programas selectivos de revisión de medicamentos (PROSEREME) dieron al traste con multitud de mejunjes inútiles y boticas cargadas de patrañas. Algunas regulaciones han disminuido las intoxicaciones infantiles al optar la industria por favorecer el envasado en “blister”, menos accesible para los pequeños. Pero cambiaron poco los hábitos tanto de prescripción como de consumo: para muchos médicos el recurso de la receta les ahorra explicaciones y otros consejos y a los pacientes les cuesta salir de la consulta sin llevarse “algo”.
El cambio de mentalidad no va a ser fácil, pero es definitivamente posible. En mi consulta de Atención Primaria, a la que accedí en substitución de un profesional competente pero poliprescriptor he reducido las recetas al mínimo sin encontrar resistencias. Recientemente durante tres días consecutivos con una media de 20 pacientes (estamos en verano) no he hecho NINGUNA receta, ni siquiera un antitérmico. Y creo poder afirmar que todos se fueron dando las gracias. (Otra interpretación es que es posible que esos pacientes tampoco precisasen la visita en primer lugar, pero la demanda es la que es).
En la aceptación social de los medicamentos genéricos tenemos una responsabilidad directa los médicos prescriptores y los pediatras sociales la de promover actividades que le den apoyo.
X. Allué (Editor)
Uso racional de los medicamentos
El uso racional de los medicamentos debería querer decir que su uso debe estar limitado a su empleo farmacológico. Lamentable y habitualmente muchas prescripciones tiene un uso, digamos, «social«.
La indicación, prescripción, dispensación y, eventualmente, el uso de los medicamentos, actualmente subvencionados por el estado en nuestro país se ven envueltas en condicionantes sociales ligados precisamente al hecho de la subvención.
Está claro que en la adquisición de medicamentos subvencionados hay un componente del denostado «copago». El estado, a través de la Seguridad Social, paga una parte de los medicamentos y los ciudadanos la otra, a menos que sean pensionistas o alguna otra situación que prevenga la gratuidad de los medicamentos (crónicos, dispensación hospitalaria, etc.)
Pero en muchas circunstancias y de forma exagerada en el pasado, la prescripción de fármacos ha formado parte del salario social hasta la exageración. Por ejemplo, que algunas industrias fabricantes de leche para bebés vendiesen más leche sin lactosa que de la normal ha estado ligado a una prescripción generosa–por no decir fraudulenta–de una preparación láctea que tiene unas indicaciones precisas.
En muchos ámbitos los pacientes esperan salir de la consulta con una receta. Si no la reciben, se quedan con la sensación de que no les han atendido o incluso manifiestan un: «… pues pa eso, si lo se no vengo…»
Probablemente levantaré protestas si, a continuación, afirmo que los causantes originales del desorden en el uso de medicamentos en este país han sido los médicos. Pero sólo llevo 50 años en este oficio y a lo mejor no entiendo que en los años 50 del siglo pasado, en medio de las penurias de la autarquía, con facultativos que apenas habían conocido que, por fin, existían fármacos eficaces como la penicilina, se tirase de talonario a falta de otra cosa. Y quizá tampoco entienda que a 50 pacientes en una mañana, no se podía hilar más fino…Ni la «presión» que ejercían los pacientes y las amenazas de denunciar al médico al todopoderoso «inspector» del Seguro.
Pues vale, le echamos la culpa a Franco y la dictadura. Pero ya hace años que la sanidad está transferida a administraciones más próximas, democráticas y, supuestamente, más eficaces. En Cataluña ya hace 30 años! Y ¿vamos a seguir igual?
Está claro que la cosa puede ir por barrios y que podemos admitir toda clase de motivos, justificaciones y circunstancias. Y que los discursos varían desde los diferentes puntos de vista y puntos de asistencia: urgencias, hospitales, centros de Atención primaria, consultorios rurales, etc. Y que no es lo mismo una consulta de Geriatría que una de Atención a la Mujer, por citar un ejemplo.
Pero la patología pediátrica suele ser bastante homogénea en todas partes. Y los pacientes ( mejor dicho, sus madres) son gente joven, «nueva» en el uso de la asistencia sanitaria y potencialmente educable.
En las últimas semanas he concluido mi consulta de Pediatria de Atención Primaria, en un barrio modesto de una ciudad industrial, tres días sin hacer ni una sola receta, con 15-20 niños cada día. Que sí, que es verano, que a lo mejor la mitad no hacía falta que viniesen a la consulta, que es posible que yo sea muy restrictivo, que las madres me tienen miedo de pedir cosas porque tengo cara de mal genio, que si la crisis y los recortes en sanidad…
A ver: si no he recetado nada es porque no ha hecho (puñetera) falta. El uso racional de los medicamentos incluye tener muy presente su uso social, con todos sus componentes. Pero éste último no presupone un uso dadivoso, biológicamente inútil y, al menos en el caso de los niños, potencialmente perjudicial
Una referencia, de hace unos añitos pero perfectamente válida: de la Fundación Grifols (http://www.fundaciogrifols.org/portal/es/2)
Uso racional de los medicamentos. Aspectos éticos
X. Allué (Editor)